Philippe Derblay o Amor y Orgullo, de Georges Ohnet

Este libro tiene mucho de especial. En primer lugar, es considerado el Orgullo y Prejuicio francés, ahí es nada. En segundo lugar, destaca sobre cualquier otro por cómo la Editorial d’Epoca lo ha editado de una manera exquisita, manteniendo las ilustraciones originales. Y, por último, porque es un libro que he tenido retenido durante cuatro meses desde que lo compré para disfrutarlo en una época más relajada y tranquila como fue el inicio de las vacaciones de Navidad. Porque es un libro que se merece leerlo en esos momentos en los que no importa la prisa que tengas o la hora que sea.

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El principito, Antoine de Saint-Exupéry

No hay lista de «los mejores libros» o «100 libros que debes leer» en la que no se incluya a El Principito. Aunque no es un libro en el sentido más estricto de la palabra, sino más bien una fábula o un cuento, ha pasado a la Historia como una de esas obras maestras que sorprenden y encandilan al lector más escéptico y fascinan al que lo devora con ganas. Yo estoy en el segundo grupo y puedo afirmaros que es una lectura amena, reveladora y muy útil para hacer un parón cuando, como es mi caso, llevas dos semanas leyendo la última y extensa novela de Ken Follet, El umbral de la eternidad, que espero acabar esta semana y reseñar para la que viene. 

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El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde

Hace unos días, cuando ya había leído más de la mitad de El retrato de Dorian Gray, me topé con este artículo en el que se reflexiona sobre por qué hay que leer los clásicos. Motivos hay muchos, pero yo me quedo con esta afirmación: «Los clásicos cuentan con su privilegiado estatus por acometer una tremenda hazaña, aquella consistente en perdurar durante largo tiempo en la memoria colectiva como algo de significativa importancia». Y creo que esto es así porque, a pesar de haber sido escritos hace 100 ó 200 años, su argumento no pasa de moda, no desentona en nuestro contexto actual y pueden considerarse inmortales. Todo esto lo cumple El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, un libro publicado en 1890 y del que hoy os comparto mis impresiones. 

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Madame Bovary, de Gustave Flaubert

Un clásico nunca te deja indiferente. Los hay que te sorprenden y te gustan mucho más de lo que esperas, mientras otros son «duros de leer» y dependiendo de la época en la que los abordes se convierten en una losa. En cualquiera de estos casos, lo que está claro es que los clásicos son libros que requieren un tipo de lectura especial, más sosegada y detallista, menos impaciente por el desenlace y menos expectante por hallar giros inesperados o formatos distintos, en la mayoría de los casos, al narrador omnisciente en tercera persona.

Esta introducción es fruto de que Madame Bovary no es el primer clásico que me leo, pero sí el que más me ha costado acabar después de El Quijote. Por eso, mi primera reflexión, es que este tipo de novelas no son novelas de bolsillo, no son muy recomendables en días complicados en los que un libro debe servirte para relajarte y cerrar página. Mi lectura de Madame Bovary ha estado condicionada por todo esto y, como consecuencia, debo decir que es una novela que me ha gustado más bien poco.

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